Corría
el año 1958 y la desolación del paisaje, sin árboles ni caminos trazados, sin
luz y sin agua, no frenaron su proyecto. La construcción inicial fue una
casilla de lata, donde almacenaba puertas, ventanas y materiales para su futura
casa. Luego, con la ayuda de amigos, levantó "La Pionera ", su primer
atelier sobre los acantilados rocosos. Era de madera, que el mar traía los días
de tormenta y que él mismo se encargaba de recoger con la ayuda de los
pescadores. En 1960 empezó a cubrirla con cemento y así siguió creciendo,
sumando habitaciones como vagones a una locomotora. Dejando resbalar su imaginación
al ritmo de los movimientos de las diferentes capas de nivel de la montaña,
logró una perfecta integración de la construcción con el paisaje, sin afectar
su naturaleza. Sin darse cuenta, con su cuchara de albañil llegó hasta el mar.
En todo momento se mantuvo en guerra abierta contra la línea y los ángulos rectos, tratando de humanizar su arquitectura, haciéndola más suave, con concepto de horno de pan.
Modeló las paredes con sus propias manos. Valiéndose de guantes que creó con restos de cubiertas, logró que la casa impresionara por el vigor de la textura de su cáscara.
Espontáneamente, Casapueblo sigue estirándose hacia el cielo y el mar. Sólo el vuelo de los pájaros podrían medir su dimensión.
"Pido perdón a la arquitectura por mi libertad de hornero."
En todo momento se mantuvo en guerra abierta contra la línea y los ángulos rectos, tratando de humanizar su arquitectura, haciéndola más suave, con concepto de horno de pan.
Modeló las paredes con sus propias manos. Valiéndose de guantes que creó con restos de cubiertas, logró que la casa impresionara por el vigor de la textura de su cáscara.
Espontáneamente, Casapueblo sigue estirándose hacia el cielo y el mar. Sólo el vuelo de los pájaros podrían medir su dimensión.
"Pido perdón a la arquitectura por mi libertad de hornero."
Carlos Páez Vilaró
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